viernes, 30 de noviembre de 2018

Alegoría de la caverna

(514a) – Después de eso –proseguí– compara nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de educación con una experiencia como ésta. Represéntate hombres en una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. 

En ella están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza. 

Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate un tabique construido de lado a lado, 1 como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos. 

– Me lo imagino. 

– Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan hombres que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan. 

– Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros.

– Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí? 

– Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas. 

– ¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del tabique? – Indudablemente.

– Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando a los objetos que pasan y que ellos ven? – Necesariamente.

– Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos? 

– ¡Por Zeus que sí! 

– ¿Y que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los objetos artificiales transportados? 

– Es de toda necesidad. 

–Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia, qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz, y al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que se sentirá en dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran ahora? 

– Mucho más verdaderas.

– Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que se le muestran?

– Así es. 

– Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos? 

– Por cierto, al menos inmediatamente.

– Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol. 

– Sin duda. 

– Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son extraños, sino contemplarlo como es en sí y por sí, en su propio ámbito. 

– Necesariamente. 

– Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto. 

– Es evidente que, después de todo esto, arribaría a tales conclusiones.

– Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los compadecería? 

– Por cierto. 

– Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le pasaría como al Aquiles de Homero, y «preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre» o soportar cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida? 

– Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida. 

– Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol? 

– Sin duda. 

– Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo? 

– Seguramente. 

– Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada–prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. 

Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. 

Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público.

– Comparto tu pensamiento, en la medida que me es posible.

miércoles, 17 de enero de 2018

Mamá Cuervo

Había una vez hace mucho tiempo, un bosque muy grande, con altos y frondosos árboles y en ellos vivía una mamá cuervo con sus polluelos, todos los días ella iba por la mañana a buscar comida para sus hijos y volvía al medio día... Pero un día, cuando llegó al nido, no escuchó el mensaje de bienvenida de sus hijos, sino que solo encontró silencio por respuesta a sus llamadas, preocupada bajó y se encontró con mamá ardilla y le preguntó:

-Perdone señora ardilla, ¿Ha visto a mis hijos?

y la ardilla le respondió:

-Dígame señora cuervo ¿Cómo son sus hijos? porque ella, hace unos momentos había visto unos polluelos perdidos.

-Mis hijos son 3 preciosos polluelos, con pequeñas plumas que parecen algodón de suaves que son y con un piar dulce que te llega al alma

La ardilla se quedó pensativa y le respondió:

-Pues no señora, no he visto a sus hijos, lo siento.

Continuó caminando y se encontró a mamá conejo con su ristra de conejitos y le hizo la misma pregunta:

-Perdone señora conejo, ¿Ha visto usted a mis hijos?

-Sería usted tan amable de decirme ¿Cómo son sus hijos señora cuervo?

--Mis hijos son preciosos, pequeños y con unos ojos que pierden de tanta ternura.

La señora conejo se quedó pensando, ya que hace un momento había visto unos pajaritos pequeños, pero no coincidía con la descripción de la señora cuervo, así que sin dudarlo le dijo:

-No, no los he visto, lo siento mucho.

Y así se encontró con varios animales mas, hasta que ya cansada y muy preocupada encontró a mamá zorro, que en cualquier otra situación hubiera huido nada mas verla, pues le tenía mucho miedo, pero el amor por sus hijos fue mas fuerte y le preguntó lo mismo:

-Perdone Señora Zorro, he perdido a mis hijos, ¿Los ha visto usted? y la mamá zorro viendo la preocupación de la mamá cuervo y siendo ella misma madre comprendió la situación de mama cuervo y por un momento un miedo iba subiendo por su garganta y le dijo: 

- Dígame señora cuervo, ¿Cómo son sus hijos?

La señora cuervo le comenzó a describir a sus hijos:

-Son unos polluelos preciosos, con un plumaje suave y terso, un piar que emociona el solo oírlo y una mirada tierna e inocente, en fin que son los pajaritos mas hermosos del mundo.

La señora zorro suspiró aliviada y le respondió.

-Pues no señora cuervo, no he visto a sus hijos, yo acabo de comerme unos pajarillos pero para nada son sus hijos, pues los bichos que yo me he comido eran unos pajarillos horribles, con unos hojillos saltones,unas plumas ásperas y un graznido infernal, no paraban de graznar y me los comí.

La mamá cuervo, en una mezcla de lamento y llanto  gritó: ¡¡Ayyy esos eran mis hijos.!!

Ya que para una madre todos sus hijos son preciosos.