Después de la Segunda Guerra Mundial,
cuando la riqueza en las Islas Británicas aumentó, sus habitantes se volvieron
más sensibles al confort: la calefacción central y la refrigeración se hicieron
cada vez más comunes. Con el uso mayor de los refrigeradores, los congeladores
de uso doméstico se popularizaron. Por tanto, el negocio de los alimentos
congelados se volvió más atractivo.
Una gran compañía de alimentos
decidió desarrollar una línea de pescado congelado, una fuente importante de
proteínas en la dieta de los británicos. La compañía ya estaba completamente
integrada como productor y vendedor de pescado. Por un lado, tenía su propia
flota pesquera y por el otro, tenía su propia cadena de mercados de pescado. La
compañía instaló equipos de congelación y empaque en sus plantas en los
muelles, a donde las flotas traían lo capturado. Acompañado de una fuerte
campaña publicitaria se introdujo el pescado congelado al consumidor británico.
La tasa inicial de prueba fue alta,
pero las ventas decayeron rápidamente en poco tiempo. Evidentemente, pocos lo
probaron por segunda vez. La compañía
puso a trabajar a sus investigadores
en el mercado para que hallaran el porqué. Se enteraron, por entrevistas
a las amas de casa que habían probado su producto, que el sabor del pescado era
insípido, no tan bueno como el fresco.
Tras comprobar por su cuenta,
mediante expertos en el sabor, la compañía le pidió a los químicos especialistas en alimentos,
que descubrieran la causa de la pérdida del sabor. Los científicos la atribuían
a los cambios químicos que tenían ligar en el pescado muerto, a pesar de que se
los almacenara en hielo dentro de los barcos. Estos cambios, combinados con el
proceso de congelación, daban por resultado la pérdida del sabor. Los químicos
sugirieron que se congelara el pescado a bordo de los barcos o que se los
mantuviera vivos hasta que llegaran a la planta congeladora que estaba en
tierra.
La compañía hizo que sus ingenieros
llevaran a cabo una comparación de los costos de esas alternativas. Encontraron
que era menos costoso mantener vivos a los peces si se convertían en piscinas
las bodegas en las que se los vaciaba desde las redes en que se los había capturado.
Así se hizo. Luego, se lanzó otra campaña publicitaria. De nuevo el número de pruebas iniciales fue grande, pero la subsiguiente caída en las
ventas fue dramática.
Se inició otra investigación de
mercado, la que reveló que el sabor del pescado congelado seguía siendo
insípido. Otra vez se consultó a los químicos; ésta ves encontraron que la
densidad del pescado en las bodegas era tan grande que los peces no se podían
mover libremente. Esta inactividad, dijeron los científicos, producía los cambios
químicos responsables de la pérdida del sabor. Aconsejaron que se mantuviera
activos a los peces.
De nuevo, se llamó a los ingenieros
para que hallaran la manera de hacer que los peces se movieran. Con una
concentración tan grande en el agua, montaron
tanques en el laboratorio, los llenaron de agua y de peces y
experimentaron varias maneras de hacer que se movieran. Todo lo que probaron
fracasó; los peces se mantenían inactivos no importaba cuanto se agitara el
agua.
Un día, un experto en la historia natural
de los peces visitó el laboratorio (lo hizo por algo que no tenía relación
alguna). Vio los tanques y preguntó qué cosa trataban de hacer los ingenieros
con los peces. Escuchó la explicación y contempló pacientemente sus esfuerzos.
Cuando terminaron los ingenieros y el experto estaba por marcharse, les
preguntó:” ¿Por qué no prueban poner un depredador junto con ellos?”
Así lo
hicieron y resultó: los peces se movían para evitar que los consumieran;
naturalmente algunos fallaban, y eran devorados, pero el costo era muy pequeño
por el resultado del sabroso pescado congelado. Desde entonces el mercado
prosperó.
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