Un hombre observó a un niño que estaba solo en la sala de espera del aeropuerto, esperando que anunciaran la salida de su vuelo. Cuando el embarque comenzó, el niño fue guiado por la azafata a su asiento de ventanilla.
Casualmente, el hombre que le observaba, tenía su asiento al lado del niño.
Durante todo el vuelo el niño fue muy correcto y conversaba animadamente, en un momento sacó de su bolso un libro y varios lápices de colores, y se distrajo pintado y coloreando diferentes dibujos. No demostraba nada de ansiedad o preocupación por estar en un avión.
En un momento, el avión entró en una tempestad muy fuerte, las turbulencias y las sacudidas bruscas me asustaron, como al resto de los pasajeros.
Pero el niño parecía estar en otro mundo, seguía concentrado en sus pinturas como si estuviera plácidamente sentado en la sala de su casa.
Aterrorizado por la situación, ya que parecía que no íbamos a salir con vida de semejante tormenta, me llamó la atención el comportamiento de este niño, ya que en ningún momento expresó miedo alguno.
Casi sin voz por el miedo, le pregunté: ¿No tienes temor, no te das cuenta de que podríamos estrellarnos?.
Con una voz de absoluta paz y levantando los ojos rápidamente de su libro me respondió: No, no tengo miedo. ¡Mi padre es el piloto de este avión!
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