Papá:
¡Tus golpes no solo hieren mi cuerpo, golpean mi corazón!...
Me hacen duro y rebelde, terco, torpe y agresivo.
Tus golpes me hacen sentir miserable,
pequeño e indigno de ti... mi héroe.
Tus golpes me llenan de amargura,
bloquean mi capacidad de amar,
acrecientan mis temores
y nace y crece en mí el odio.
Papi, tus golpes me alejan de ti,
me enseñan a mentir,
cortan mi iniciativa y mi creatividad,
mi alegría y espontaneidad.
No me des golpes más...
Soy débil e indefenso ante tu fuerza;
tus golpes enlutan mi camino,
y sobre todo endurecen mi alma.
La fuerza de tu razón es superior
a la fuerza de tus golpes;
si no te entiendo hoy,
¡Pronto lo haré!
Si eres justo e insistes, explícamelo...
Más poderosos que tus golpes,
más efectivos y grandiosos
son tu afecto, tus caricias, tus palabras.
Papi, tu grandeza no está
en el poder de tu fuerza física.
Tú, mi héroe, eres mucho más
cuando no necesitas de ella
para guiarme.
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